Nos pasamos la vida queriendo afirmar nuestro ego, que desde el yoga podemos definir como nuestra personalidad cara al mundo, pretendiendo que cada vez sea más sólido. Es así porque nos identificamos con él. Pero realmente el ego nace de la separación: se empieza a desarrollar en torno a los dos o tres años, en cuanto perdemos la conciencia oceánica y nos damos cuenta de que estamos separados del mundo. En ese momento surge la necesidad de hacernos querer, y necesitamos la atención tanto como el alimento o el amor. Lucharemos por pertenecer al clan y trataremos de ajustarnos a sus demandas.
Pero ocurre que las demandas del clan en nuestra sociedad suelen ser complicadas: hay muchos noes, muchas barreras en un niñ@ que desea explorar, muchas proyecciones… Es difícil que no llegue la frustración. Y ante esa frustración, basándonos en la clasificación del psicólogo Antonio Blay, podremos elegir tres vías:
A) No soy lo suficientemente bueno, seré más bueno.
B) No soy lo suficientemente bueno… pues me vuelvo rebelde. Puedo ser lo opuesto a lo que me piden, y en eso sí brillaré. Me ganaré su respeto, y si no, el de mis amigos.
C) No soy lo suficientemente bueno… pues haré lo que me pidan, pero me meteré en mi mundo.
Y aunque casi todos tenemos una mezcla de las tres, habrá una que predomine. Sea como sea, estaremos desarrollando una personalidad hacia fuera, una personalidad para que nos quieran, o nos respeten, o nos dejen en paz. Eso es el ego: un personaje.
Con todo eso vendrá, por una parte, la identificación de lo que somos con el personaje, y por otra, el miedo, el tremendo miedo con el que conviviremos durante toda nuestra vida, de que se den cuenta de lo que sabemos en el fondo: que no somos lo que tratamos de mostrar. Ese miedo es el que nos llevará a querer hacer nuestro personaje -nuestro ego- más grande, más importante, más afianzado. El que nos llevará a defenderlo con uñas y dientes, nos llevará al stress y a las discusiones absurdas en las que nos desgastamos enormemente tratando de hacer ver al mundo que tenemos razón, defendiendo nuestra coraza que nos separa de la vulnerabilidad que valientes mostrábamos llenos de amor hasta que un día sentimos que no, que no éramos los suficientemente buenos.
Durante la práctica de la meditación y del yoga, cuando estamos en una asana, respirando, optimizando nuestro gasto energético, sumergiéndonos en el momento presente, nuestra conciencia atraviesa las capas de nuestro personaje y nos devuelve a nuestro auténtico ser. Y pocas cosas hay tan maravillosas como darse cuenta de que ese Ser no necesita ser admirado, porque brilla independientemente de quien lo mire y se alimenta de su propia luz; no necesita hacerse más grande, porque es inmenso, Y no necesita amor, porque Es Amor. Toda esa paz que sientes tras una buena sesión de yoga, es el indicador que has estado ahí, más allá de tu personaje, feliz. Y eso empieza a cambiar tu relación con el mundo, porque empiezas a intuir lo simplemente maravillos@ que eres mucho más allá de quién te dijeron que deberías ser.